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Soy Camilo Nicolás, soy varón y tengo tetas

Por Camilo Nicolás.

Hola, soy Camilo Nicolás, Milo para lxs amigxs (y para ustedes también). Nací el 29 de noviembre de 1991 en Campana, una ciudad hacia el norte de Buenos Aires. 

“¡Felicitaciones! ¡Es una nena!”, le dijeron a mi mamá cuando salí de su útero. Mi condición anatómica y biológica daba a entender que yo era una “niña” y que, en un futuro, iba a convertirme en una “MUJER”.

Lo cierto es que eso no fue tan así. Los años pasaron, y ya con apenas 3 años, lloraba cada vez que mi madre intentaba ponerme un vestido. Ella siempre me cuenta que un día me encerré en una casita de juguete que tenía y mientras pataleaba y lloraba desconsoladamente, le decía: “¡Hasta que no me saques este vestido horrible no pienso salir de acá!”. 

Fuerte, ¿no? Mi madre no tenía la culpa. A ella le habían dicho que yo era una nena, por lo tanto, mis xadres me asignaron un nombre de pila acorde a mi supuesto género, un pronombre que respondía a la feminidad que la sociedad me había impuesto, y se me fue moldeando tal cual “tenía que ser”.

A lo largo de mi infancia fui desarrollando poco a poco mi propia “expresión de género”. Tanto mi madre como mi padre me dieron siempre la libertad de elegir la ropa con la cual yo me sintiese más cómodo. Recuerdo patente: hacerme la colita bien tirante, vestirme con bermudas anchas y remeras flojas, y estar en cuero lavando el auto con mi papá. 

Tanto en el jardín como en la primaria tuve que soportar comentarios poco afortunados de todo tipo: “Sos re machona”, “te vestís como varón”, “parecés lesbiana”. La verdad, no fue fácil. El binarismo de la sociedad me fue formando y orientando hacia la cis-norma y lamentablemente, en su momento, no me había quedado otra que adaptarme para “encajar”.

Siempre digo que yo también fui una infancia trans pero 20 años atrás, la sociedad no era la misma que es ahora. En su momento, no contaba con las herramientas para poder exteriorizarlo libremente. Sin embargo, eso no quita que yo siempre fui varón. Yo siempre fui Camilo Nicolás, sólo que todavía no podía verbalizarlo.

En octubre del 2019 finalmente pude. Me cansé de performar como “mujer”. Porque sí, yo sinceramente, sentía que de alguna u otra manera, estaba actuando de algo que no era, que no me identificaba, que no era parte de mí. A partir de ese momento, decidí cambiar mi nombre y mis pronombres hacia masculinos. Se lo comuniqué a mi familia, a mis amigxs, a mi gente. Siempre resalto que “tuve suerte” en tener gente que me acompañó desde el inicio de todo. 

Sinceramente, cuando decidí “re-nombrarme” y cambiar mi identidad, o más bien reivindicarla, no tomé dimensión de todo lo que implicaba. Cuando sos cis-género das por asumido, o digamos, naturalizás un montón de derechos adquiridos por default. Desde tener un DNI que coincida con tu identidad, hasta poder ir en paz a un baño público sin sentirte rarx. O quizás, también, ir a la verdulería y que te traten con los pronombres correctos. De repente, estaba entrando a un universo diferente. Donde yo era lo “distinto”, lo “otro”, lo “trans”.

Ahora, casi un año después estoy orgulloso de poder decir que tengo un DNI nuevo con un género y un nombre que SÍ me representan. Sin embargo, eso no me deja exento. Sigo sufriendo distintos tipos de violencia en la calle, en el supermercado, en la cola del banco, en donde sea. ¿Por qué?, porque todavía “parezco mujer”. Sí, lo pongo entre comillas. Porque ¿Qué es “parecer una mujer”? ¿no? ¿Qué es ser mujer? ¿Qué es ser varón?

¿Qué pasa con los cuerpos trans?

Bueno, son preguntas que me hice toda la vida, y aún me las sigo cuestionando.

Hoy soy varón y tengo tetas.

Hoy soy varón y también menstrúo.

Y no, eso no me hace menos masculino.
Y no, eso no me hace menos varón.
Y no, eso no define mi identidad.

Tengo tetas y todos los días me invitan a pensar qué hacen en mi cuerpo.

Pero no, yo no nací en un cuerpo equivocado. La sociedad se equivocó́ conmigo en asignarme un género que no pedí por el simple hecho de tener la genitalidad que me tocó.

Es difícil salir a la calle y que la gente se la pase asumiendo mi género simplemente por lo que ven por fuera.

No soy una persona.
Soy una “voz femenina”
Soy un par de tetas
Soy una carita de “mujer”.


Cuando decidí empezar el tratamiento hormonal con testosterona mi primer deseo fue “uf, qué ganas de que me cambie la voz y tener una barba lo suficientemente tupida como para que la gente me perciba como soy”.

Suena horrible, ¿no? Qué tremendo y desesperante que vivamos en una sociedad tan TAN binaria donde nuestro género esté pendiendo del hilo de la genitalidad, de la imagen, de los estereotipos hegemónicos de identidad.

Tuve muchísimos encuentros y desencuentros antes de tomar la decisión de hormonarme. Le decía a mi psicóloga: “Pero por qué tengo que acudir a esto para ser leído como quiero, como yo soy”. Me auto hostigaba. Sentía que estaba cediendo ante el binarismo social. 

Después entendí que se trata de ir encontrando el cuerpo que más me represente a mí mismo. Y dentro de eso, el espectro es gigante. Construir una identidad desde cero es un desafío enorme y ni hablar teniendo una sociedad que todo el tiempo se esmera en tirarte hacia el lado de la norma.

Si bien toda la vida fui socializado como una “mujer” hoy estoy trazando mi propio camino. Estoy construyendo mi propia masculinidad, mi propio cuerpo. Lo deconstruyo y lo re-significo. Porque no existe una sola identidad, no existe una sola forma de transicionar. Existe la de cada unx, y recuerden que siempre la forma que elijan, va a estar bien porque es algo meramente de ustedes, singular y particular y nunca nadie ni nada puede quitárselos.


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